martes, marzo 14, 2006

Suelo

Tierra.
Cenizas, hormigas, pequeñas piedras. Bolitas de vidrio.
Un clip, diminutos objetos metálicos desconocidos, alas de polillas que viajan por el viento.
Fecas de perro. También de ratón. Una cucaracha cortada a la mitad, varias moscas.
Poco a poco, el verde.
Más hormigas, entre la hierba, que se asoma tímida al principio y luego domina el territorio. Pequeños insectos conocidos e imposibles.
Viento.
Papeles que prometen mil y cinco maravillas flotan, y caen y ruedan. Boca arriba, boca abajo. Promesas voladoras.
La vida a ras y bajo el suelo se debilita con los últimos pasos, cambiando gradualmente de verde a gris.
Ruido.
Aun entre las baldosas de cemento queda algo de vida luchando por llegar arriba. Pequeños colores aplastados por calzado impersonal sintético.
Bocinas, sirenas, “Chumbawamba”, “On ebay”, luces y personas. Muchas personas (¿demasiadas tal vez?).
Ahogo.
Rutina y maquinas. Pena. Monedas. Envoltorios de golosinas por doquier.
Plástico.
Bolsas que danzan llenándose de aire. Por un momento viven.
Colillas de cigarro (algunas con un extremo pintado de rojo). Mugre y basura compiten por el primer lugar.
Agujeros en el gris. Caminos carcomidos por tiempo y uso.
Peligro, pero por poco tiempo.
Ahora es continuidad, señal de que me acerco.
Pisadas en un sendero uniforme. Uno, dos, uno, dos. Un felpudo. "Bienvenido" dice.
Por primera vez en todo el trayecto, levanto la mirada. En la puerta, el número: Cuatrocientos cuatro.
Ya estoy aquí.


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